miércoles, 18 de febrero de 2015

Cuentan...

que con los besos que nos hemos dejado de dar podría crear un camino hasta los pies de tu cama, donde tú descansas, como siempre, sobre el lado derecho de tu imperfecto cuerpo. Cuentan que desde que nos estamos dejando nuestras sonrisas ya no lucen enteras. Y yo creo que la mitad de mi sonrisa, esa que dicen que me falta, te las has llevado tú, cargada de esa tristeza y nostalgia que ahora apaga tu rostro. Cuentan, también, que he olvidado cocinar, y es que cocinar para uno carece de sentido y tres me parecen multitud. Que a mí lo que me gusta es compartir a la luz de las velas una botella de vino blanco bien fría y una cena preparada a cuatro manos. Que cuantos más roces haya en la cocina, mejor es el resultado del plato. Y ya no hay roce, ni caricia y casi, ni siquiera, mirada.


Ahora hay un muro construido a base de interrogaciones que se abren y se cierran sin pausa, pero que no hallan respuesta. Quizás porque las preguntas no están bien formuladas o, quizás, porque las respuestas nos pondrían al borde de un precipicio. A lo mejor al borde del precipicio de dos copas de vino, esas que antes chocábamos suavemente y brindábamos por cualquier estupidez. Por tu sonrisa, por la peli que estamos viendo, por la manta que nos tapa y tus brazos que me arropan, por el mar, por la cama, por esta foto, por tus ojos que me miran con cariño, por una vida juntos, por nuestros sueños... Cualquier excusa era buena para brindar. Quizás al borde de un precipicio literal, de esos que llevan al límite las relaciones y acaban con las personas. Cuentan que si ahora brindásemos y nuestras copas chocasen se romperían en mil pedazos. ¿Se rompería, quizás así, el precipicio al que lentamente nos acercamos? Quizás sí, y nos salvásemos, quizás no, y moriríamos.


Alejandra Elorza