martes, 2 de febrero de 2016

Sin filtros


La belleza de lo natural
Lo bonito de la espontaneidad
El encanto de la sencillez

La posibilidad de un amor inmarcesible

Los nervios de un primer cara a cara
La magia de la atracción por las imperfecciones 
La química en un cruce de miradas

El esplendor de una sonrisa

La osadía de hablar con sinceridad
Decir lo que pensamos y pensar lo que decimos
Lo atrevido de acercarse a alguien y decir “hola”

Lo improbable de encontrar, sin filtros

La gallardía de bailar con el corazón 
La valentía por el móvil
y la cobardía en las distancias cortas

La intrepidez, en peligro de extinción

Lo inefable del feeling entre dos personas
Lo extraordinario de una serendipia en mitad del camino
La elocuencia de una primera charla

Lo cautivador de una conversación interesante

El deseo incontrolado de un ojalá

Lo inusual de un sin añadidos

La sublimidad de vivir, sin pensar

Apetece


Alejandra Elorza

martes, 24 de noviembre de 2015

¿Cuánto dura el amor?

¿Puede realmente el amor durar para siempre? No hablo de un amor rápido, fácil, y desechable. Me refiero al tipo de amor que crece a fuego lento, al sentimiento más intenso, a la entrega irracional y a la pasión incontrolable. A arreglar la humanidad a besos empañando su coche, a descubrir la fórmula de la paz una madrugada cualquiera en su cama y a tocar el cielo preparando una cena para dos a cuatro manos. ¿Puede un amor así, tan vivido como sufrido, conocer la eternidad?

¿Puede el amor resistir a la inesquivable rutina? ¿Puede la llama mantenerse sin importar el paso y el peso de los días? Dicen que biológicamente el amor dura apenas dos o cuatro años y psicológicamente no más de siete.

Pasado ese tiempo y más allá de la comodidad, ¿qué es lo que se tiene? ¿Qué es lo que queda? ¿Es la resaca de un gran amor suficiente para continuar? ¿Es la desconfianza en todo aquello que no has hecho lo que hace que te quedes, con la confianza de que en algún momento darás lo no otorgado? ¿Estamos resignados al olvido? ¿Debemos, cuando nos embarcamos en una relación, asimilar que el amor que todavía está naciendo está destinado a morir?

¿Puede realmente el amor durar para siempre?




Alejandra Elorza

sábado, 7 de noviembre de 2015

A oscuras

Hoy puedes ser
todo lo que odio y que de vez en cuando eres
para después prometerme,
como siempre haces,
el mundo,
el universo,
y todo lo trivial, banal e insustancial que ni puedo imaginar.

Regálame
un amanecer, el principio de algo,
pero nunca compartamos un atardecer,
una despedida,
que hoy quizás es la del sol, pero mañana puede ser la nuestra.
No nos la juguemos e intuyamos,
a través de las rejillas de la persiana mal cerrada,
cómo mientras la luz le va ganando el pulso a la noche
se van dibujando líneas horizontales sobre tu espalda.

Y es que eso eres en mi vida: el horizonte,
la línea que aparentemente separa el cielo del mar,
todo apariencia y nada claridad,
mi incapacidad para diferenciar el cenit del nadir,
el bien del mal,
y el amor de la obsesión
cuando recién salido el sol abandonas la cama y la habitación.

Hoy puedes ser
todo lo que odio y que de vez en cuando eres.
Sólo pido a cambio
que mañana cuando comience el día
te quedes
como si la luz conmigo no te asustase,
como si la oscuridad conmigo no fuese lo único que te reconforta.



Alejandra Elorza

miércoles, 27 de mayo de 2015

Yo pongo los versos y tú la sonrisa

“Desnuda más la ternura que unas manos”, reza un billete de veinte euros. Julio Cortázar y su “andábamos sin buscarnos, pero sabiendo que andábamos para encontrarnos” dan, a cambio de nada, felicidad añadida a veinte bolívares. “Huir significa ir a buscarte” o “hay momentos que la vida te coloca a la misma distancia de huir o quedarte para siempre” de Elvira Sastre decoran dos billetes de cincuenta euros.

El mundo necesita poesía. Y melodía, literatura, teatro, fotografía… La sociedad, inexplicablemente individualista y distante, pide desesperadamente un poco de atención. El movimiento Acción Poética en México y sus frases optimistas escritas en negro sobre blanco, los poemas en los pasos de cebra de Madrid y, ahora, versos decoran billetes de todo el mundo. #Versatubillete, suplica Twitter.

Va hacia la oficina. Es un miércoles cualquiera, de una semana que se presenta absurda, de un mes indefinido, de un año del que no recuerda el último número. No son ni las 9 y la corbata ya asfixia. No es ni primera hora de la mañana y los tacones ya duelen. El mismo camino de siempre. La realidad parece inalterable. Pero, de repente, cuando se prepara para cruzar el paso de peatones, a ambos lados del campo de visión que deja libre la pantalla de su móvil, asoman unas letras blancas sobre el fondo negro del asfalto. 

“No hay mejores brindis que los que hacen tus pestañas”. ¿Vandalismo? ¿Arte? Qué más da.  Le recuerda que el rimmel no es necesario, que como más guapa está es sin añadidos artificiales. Eso le saca una sonrisa y, después, saca usted la fotografía al suelo.

Ya casi está en la oficina. Para en el establecimiento de siempre con su joven camarero de todos los días y pide su asiduo café doble con leche caliente, que el frío aprieta. No le pide el nombre para su vaso de cartón pues ya lo conoce e incluso le da los buenos días por su nombre. Cuando le da el cambio, otra sorpresa aguarda. Un billete de cinco euros le recuerda que “hoy es día de besarte”. ¿Está bien escribir en los billetes? Los debates incomodan, lo importante es que la sonrisa merece la pena.

De repente, todo cobra sentido.

Ya no es un día cualquiera. Es miércoles 27 de mayo de 2015.

Recuerda que está vivo.

Es feliz, ¿lo había olvidado?

Dos acciones culturales en dos rincones tan inesperados como cotidianos. Personas anónimas haciendo feliz a personas desconocidas. Y es que la poesía va de eso, de recordar que en medio de tanto bullicio y tantas exigencias, “la única curva que debes cuidar es la de tu sonrisa”.

Son tiempos duros.

El hombre necesita más poesía.




¿Te unes?

Alejandra Elorza

miércoles, 18 de febrero de 2015

Cuentan...

que con los besos que nos hemos dejado de dar podría crear un camino hasta los pies de tu cama, donde tú descansas, como siempre, sobre el lado derecho de tu imperfecto cuerpo. Cuentan que desde que nos estamos dejando nuestras sonrisas ya no lucen enteras. Y yo creo que la mitad de mi sonrisa, esa que dicen que me falta, te las has llevado tú, cargada de esa tristeza y nostalgia que ahora apaga tu rostro. Cuentan, también, que he olvidado cocinar, y es que cocinar para uno carece de sentido y tres me parecen multitud. Que a mí lo que me gusta es compartir a la luz de las velas una botella de vino blanco bien fría y una cena preparada a cuatro manos. Que cuantos más roces haya en la cocina, mejor es el resultado del plato. Y ya no hay roce, ni caricia y casi, ni siquiera, mirada.


Ahora hay un muro construido a base de interrogaciones que se abren y se cierran sin pausa, pero que no hallan respuesta. Quizás porque las preguntas no están bien formuladas o, quizás, porque las respuestas nos pondrían al borde de un precipicio. A lo mejor al borde del precipicio de dos copas de vino, esas que antes chocábamos suavemente y brindábamos por cualquier estupidez. Por tu sonrisa, por la peli que estamos viendo, por la manta que nos tapa y tus brazos que me arropan, por el mar, por la cama, por esta foto, por tus ojos que me miran con cariño, por una vida juntos, por nuestros sueños... Cualquier excusa era buena para brindar. Quizás al borde de un precipicio literal, de esos que llevan al límite las relaciones y acaban con las personas. Cuentan que si ahora brindásemos y nuestras copas chocasen se romperían en mil pedazos. ¿Se rompería, quizás así, el precipicio al que lentamente nos acercamos? Quizás sí, y nos salvásemos, quizás no, y moriríamos.


Alejandra Elorza

viernes, 26 de septiembre de 2014

Ocre


Y al final llegaste. No sé si tú me encontraste a mí o yo a ti, pero la cuestión es que aquí estamos otra vez y de nuevo nos has pillado desprevenidos. Siempre me cuesta despedirme de tu predecesor el estío. La marcha de sus despreocupaciones, sus despertares naturales, su mar y su arena fina y su, en definitiva, libertad, siempre deja ese sabor amargo y esas ganas de más. Y es que el verano siempre se ha llevado todas las menciones de honor siendo la estación preferida de mayores y pequeños. 

Sin embargo, la capital está mucho más bonita cuando llegas tú. Cuando irrumpes en nuestras vidas y tiñes Madrid con esos tonos naranjas, amarillos y rojos tan tuyos. Se sigue respirando calidez en el ambiente, y los bulevares todavía están abarrotados de almas con ganas de sentirse vivas y jóvenes hasta altas horas de la madrugada. Y es que es tan bonito intuir las aceras de las calles pequeñas y poco transitadas que se abrigan con un manto de hojas secas que crujen a nuestro paso. Y el Retiro con sus arboledas en las que si te tumbas en el césped y miras hacia arriba parece no existir el cielo. Y tus atardeceres en el templo de Debod te confieso al oído que no le tienen nada que envidiar a uno en la playa.


Pero cómo no vas a ser extraordinario si cuando apareces tú el sol alcanza su cenit y con él lo logramos también nosotros. Eres tiempo de reencuentro con mi gente, esos que comparten mis días. Eres tiempo de esperanza, de autoevaluación y de nuevas metas. Pues no nos engañemos, eres esa nochevieja adelantada en la que fijamos nuestros objetivos. El 31 de diciembre es una repesca para aquello no conseguido. Eres vientos de renovación. Se caen las hojas y el pelo, y con él las malas vibraciones. Eres botas, lana y cazadoras de cuero. Eres transición, vitalidad y energía. Eres inspiración y fotografía. Eres, otoño, el momento perfecto para conocer a alguien y perder la cabeza. Porque tendremos las manos frías pero el corazón caliente... Y eso es lo que realmente importa a la hora de enamorarse.


Alejandra Elorza


jueves, 26 de junio de 2014

Amor en línea

Ayer, yendo de enlace en enlace, llegué a un artículo que The Wall Street Journal publicó hace más de un año. El titular me llamó la atención gratamente, Just Look Me In The Eye Already" (Mírame a los ojos de una vez), pero al acceder al contenido comprendí que nos estamos volviendo locos. “Los jóvenes británicos pasan más tiempo al día utilizando el móvil que con sus parejas (119 minutos frente a 97 minutos, respectivamente)”. Esto, sin duda alguna, me sorprendió y no por los 22 minutos que el móvil gana, sino por los 119 de compañía que se pierde. Pero al seguir leyendo, comprobé que esto no es todo. Otro estudio concluyó que un adulto, en una conversación normal, establece contacto visual entre el 30 y el 60% del tiempo, pero la conexión emocional surge cuando hay contacto visual durante el 60-70% del encuentro. Es decir, cuanto menos se mira a los ojos, menos se conecta con el que tenemos en frente.


Nuestras relaciones están perdiendo la parte humana. Se conoce a alguien y se intercambian los números, pero ya nadie espera que le llamen para tomar una cerveza en un bar cualquiera. Ahora se aguarda junto al teléfono móvil esperando a que llegue un whatsapp de ese chico o de esa chica y, cuando llega, no se contesta inmediatamente, sino que se vuelve a esperar no vaya a ser que se piense que estamos desesperados esperando ese “hola, ¿qué tal? Soy “x”, nos conocimos el viernes por la noche. No sé si te acordarás de mí”. Pues sí, claro que se acuerda de ti. Hacemos un pantallazo y lo enviamos al grupo de amigas o de amigos. Como si el que no lo viesen los demás no lo hiciese cierto. Y respondemos, con el tiempo estudiado para que no parezcamos ni ansiosos ni pasotas. ¿Dónde quedó la sinceridad y la espontaneidad? Puede que a partir de ahí os paséis el día hablando por Whatsapp, revisando Facebook, Instagram, Twitter y cualquier otra red social que os pueda decir algo más sobre esa persona. Puede, incluso, que coincidáis en algún lugar y en vez de acercaros sigáis hablando por el móvil. Habrá que esperar a una noche cualquiera en la que uno de los dos lleve unas copas de más para que escriba al otro y le proponga verse un día. Seguramente, el otro lo lea por la mañana y se sorprenda con la hora en la que recibió el mensaje, pero estará contento porque en mitad de la noche y rodeado o rodeada de amigas, pensó en ti.
¿Pero es esto realmente lo que buscamos? Hay que atreverse. Hay que acercarse a quien nos llama la atención, presentarse y conocerse. Pero conocerse es apagar el móvil, quedar a tomar una cerveza y acabar a altas horas de la madrugada en un coche hablando. Conocer al que tenemos al lado o en frente es mirarle a los ojos y entender su mirada. Nos sorprenderíamos lo que mantener la mirada durante un minuto puede hacer y es que el contacto visual es la forma de comunicación no verbal más intensa que tenemos. Conocerse es rozarse por casualidad y que esto te estremezca. Es descubrir el olor del otro, analizar las palabras y reír y hacer reír. Es saber si se levanta de buen o de mal humor, si prefiere el helado de chocolate o de fresa, si le gusta el día o la noche, si escribe o lee, qué música escucha y a dónde le gustaría viajar. Conocerse es conocer su pasado, asimilarlo y vivir el presente. Pasa por discutir, por buscar un punto de coherencia en aquello que os separa y darse cuenta de que en ese punto está la atracción. Conocerse es saber los puntos débiles del otro y quererse es no usarlos nunca a tu favor, en su contra. Es emborracharse juntos, bailar en cualquier bar donde todos están sentados, tener una canción y un sitio donde pasar los ratos muertos, una mueca preferida, detectar su colonia en personas desconocidas, regalar, llamar antes de acostarse para desear las buenas noches…

Conocerse es olvidarse de estos amores en línea a los que nos hemos acostumbrado, pasar de las últimas conexiones y de frases de canciones en el estado que lo dicen todo de forma cobarde.

Hay que atreverse a mirarse fijamente y conocerse.




Alejandra Elorza