Y al final llegaste. No sé si tú me
encontraste a mí o yo a ti, pero la cuestión es que aquí estamos otra vez y de
nuevo nos has pillado desprevenidos. Siempre me cuesta despedirme de tu
predecesor el estío. La marcha de sus despreocupaciones, sus despertares
naturales, su mar y su arena fina y su, en
definitiva, libertad, siempre deja ese sabor amargo y esas ganas de más. Y
es que el verano siempre se ha llevado todas las menciones de honor siendo la
estación preferida de mayores y pequeños.
Sin
embargo, la capital está mucho más bonita cuando llegas tú. Cuando irrumpes en
nuestras vidas y tiñes Madrid con esos tonos naranjas, amarillos y rojos tan
tuyos. Se sigue respirando calidez en el ambiente, y los bulevares todavía
están abarrotados de almas con ganas de sentirse vivas y jóvenes hasta altas
horas de la madrugada. Y es que es tan bonito intuir las aceras de las calles
pequeñas y poco transitadas que se abrigan con un manto de hojas secas que
crujen a nuestro paso. Y el Retiro con sus arboledas en las que si te tumbas en el césped
y miras hacia arriba parece no existir el cielo. Y tus atardeceres en el templo
de Debod te confieso al oído que no le tienen nada que envidiar a uno en la
playa.
Pero cómo
no vas a ser extraordinario si cuando apareces tú el sol alcanza
su cenit y con él lo logramos también nosotros. Eres tiempo de reencuentro
con mi gente, esos que comparten mis días. Eres tiempo de esperanza, de
autoevaluación y de nuevas metas. Pues no nos engañemos, eres esa nochevieja
adelantada en la que fijamos nuestros objetivos. El 31 de diciembre es una repesca para aquello no conseguido. Eres
vientos de renovación. Se caen las hojas y el pelo, y con él las malas
vibraciones. Eres botas, lana y cazadoras de cuero. Eres transición, vitalidad
y energía. Eres inspiración y fotografía. Eres, otoño, el momento perfecto para
conocer a alguien y perder la cabeza. Porque tendremos las manos frías pero el
corazón caliente... Y eso es lo que realmente importa a la hora de enamorarse.
Alejandra
Elorza
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