Ayer,
yendo de enlace en enlace, llegué a un artículo que The Wall Street Journal
publicó hace más de un año. El titular me llamó la atención gratamente, Just Look Me In The Eye Already"
(Mírame a los ojos de una vez),
pero al acceder al contenido comprendí que nos estamos volviendo locos. “Los jóvenes británicos pasan más tiempo al día utilizando
el móvil que con sus parejas (119 minutos frente a 97 minutos, respectivamente)”.
Esto, sin duda alguna, me sorprendió y no por los 22 minutos que el móvil gana,
sino por los 119 de compañía que se pierde. Pero al seguir leyendo,
comprobé que esto no es todo. Otro estudio concluyó que un adulto, en una
conversación normal, establece contacto visual entre el 30 y el 60% del tiempo,
pero la conexión emocional surge cuando hay contacto visual durante el 60-70%
del encuentro. Es decir, cuanto menos se mira a los ojos, menos se conecta con
el que tenemos en frente.
Nuestras
relaciones están perdiendo la parte humana. Se conoce a alguien y se
intercambian los números, pero ya nadie espera que le llamen para tomar una
cerveza en un bar cualquiera. Ahora se aguarda junto al teléfono móvil
esperando a que llegue un whatsapp de ese chico o de esa chica y, cuando llega,
no se contesta inmediatamente, sino que se vuelve a esperar no vaya a ser que
se piense que estamos desesperados esperando ese “hola, ¿qué tal? Soy “x”, nos
conocimos el viernes por la noche. No sé si te acordarás de mí”. Pues sí, claro
que se acuerda de ti. Hacemos un pantallazo y lo enviamos al grupo de amigas o
de amigos. Como si el que no lo viesen los demás no lo hiciese cierto. Y
respondemos, con el tiempo estudiado para que no parezcamos ni ansiosos ni
pasotas. ¿Dónde quedó la sinceridad y la espontaneidad? Puede que a partir de
ahí os paséis el día hablando por Whatsapp, revisando Facebook, Instagram,
Twitter y cualquier otra red social que os pueda decir algo más sobre esa
persona. Puede, incluso, que coincidáis en algún lugar y en vez de acercaros
sigáis hablando por el móvil. Habrá que esperar a una noche cualquiera en la
que uno de los dos lleve unas copas de más para que escriba al otro y le
proponga verse un día. Seguramente, el otro lo lea por la mañana y se sorprenda
con la hora en la que recibió el mensaje, pero estará contento porque en mitad
de la noche y rodeado o rodeada de amigas, pensó en ti.
¿Pero
es esto realmente lo que buscamos? Hay que atreverse. Hay que acercarse a quien
nos llama la atención, presentarse y conocerse. Pero conocerse es apagar el
móvil, quedar a tomar una cerveza y acabar a altas horas de la madrugada en un
coche hablando. Conocer al que tenemos al lado o en frente es mirarle a los
ojos y entender su mirada. Nos sorprenderíamos lo que mantener la mirada
durante un minuto puede hacer y es que el contacto visual es la forma de
comunicación no verbal más intensa que tenemos. Conocerse es rozarse por
casualidad y que esto te estremezca. Es descubrir el olor del otro, analizar las
palabras y reír y hacer reír. Es saber si se levanta de buen o de mal humor, si
prefiere el helado de chocolate o de fresa, si le gusta el día o la noche, si
escribe o lee, qué música escucha y a dónde le gustaría viajar. Conocerse es
conocer su pasado, asimilarlo y vivir el presente. Pasa por discutir, por
buscar un punto de coherencia en aquello que os separa y darse cuenta de que en
ese punto está la atracción. Conocerse es saber los puntos débiles del otro y
quererse es no usarlos nunca a tu favor, en su contra. Es emborracharse juntos,
bailar en cualquier bar donde todos están sentados, tener una canción y un sitio
donde pasar los ratos muertos, una mueca preferida, detectar su colonia en
personas desconocidas, regalar, llamar antes de acostarse para desear las
buenas noches…
Conocerse
es olvidarse de estos amores en línea a los que nos hemos acostumbrado, pasar
de las últimas conexiones y de frases de canciones en el estado que lo dicen
todo de forma cobarde.
Hay
que atreverse a mirarse fijamente y conocerse.
Alejandra Elorza
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