jueves, 26 de junio de 2014

Amor en línea

Ayer, yendo de enlace en enlace, llegué a un artículo que The Wall Street Journal publicó hace más de un año. El titular me llamó la atención gratamente, Just Look Me In The Eye Already" (Mírame a los ojos de una vez), pero al acceder al contenido comprendí que nos estamos volviendo locos. “Los jóvenes británicos pasan más tiempo al día utilizando el móvil que con sus parejas (119 minutos frente a 97 minutos, respectivamente)”. Esto, sin duda alguna, me sorprendió y no por los 22 minutos que el móvil gana, sino por los 119 de compañía que se pierde. Pero al seguir leyendo, comprobé que esto no es todo. Otro estudio concluyó que un adulto, en una conversación normal, establece contacto visual entre el 30 y el 60% del tiempo, pero la conexión emocional surge cuando hay contacto visual durante el 60-70% del encuentro. Es decir, cuanto menos se mira a los ojos, menos se conecta con el que tenemos en frente.


Nuestras relaciones están perdiendo la parte humana. Se conoce a alguien y se intercambian los números, pero ya nadie espera que le llamen para tomar una cerveza en un bar cualquiera. Ahora se aguarda junto al teléfono móvil esperando a que llegue un whatsapp de ese chico o de esa chica y, cuando llega, no se contesta inmediatamente, sino que se vuelve a esperar no vaya a ser que se piense que estamos desesperados esperando ese “hola, ¿qué tal? Soy “x”, nos conocimos el viernes por la noche. No sé si te acordarás de mí”. Pues sí, claro que se acuerda de ti. Hacemos un pantallazo y lo enviamos al grupo de amigas o de amigos. Como si el que no lo viesen los demás no lo hiciese cierto. Y respondemos, con el tiempo estudiado para que no parezcamos ni ansiosos ni pasotas. ¿Dónde quedó la sinceridad y la espontaneidad? Puede que a partir de ahí os paséis el día hablando por Whatsapp, revisando Facebook, Instagram, Twitter y cualquier otra red social que os pueda decir algo más sobre esa persona. Puede, incluso, que coincidáis en algún lugar y en vez de acercaros sigáis hablando por el móvil. Habrá que esperar a una noche cualquiera en la que uno de los dos lleve unas copas de más para que escriba al otro y le proponga verse un día. Seguramente, el otro lo lea por la mañana y se sorprenda con la hora en la que recibió el mensaje, pero estará contento porque en mitad de la noche y rodeado o rodeada de amigas, pensó en ti.
¿Pero es esto realmente lo que buscamos? Hay que atreverse. Hay que acercarse a quien nos llama la atención, presentarse y conocerse. Pero conocerse es apagar el móvil, quedar a tomar una cerveza y acabar a altas horas de la madrugada en un coche hablando. Conocer al que tenemos al lado o en frente es mirarle a los ojos y entender su mirada. Nos sorprenderíamos lo que mantener la mirada durante un minuto puede hacer y es que el contacto visual es la forma de comunicación no verbal más intensa que tenemos. Conocerse es rozarse por casualidad y que esto te estremezca. Es descubrir el olor del otro, analizar las palabras y reír y hacer reír. Es saber si se levanta de buen o de mal humor, si prefiere el helado de chocolate o de fresa, si le gusta el día o la noche, si escribe o lee, qué música escucha y a dónde le gustaría viajar. Conocerse es conocer su pasado, asimilarlo y vivir el presente. Pasa por discutir, por buscar un punto de coherencia en aquello que os separa y darse cuenta de que en ese punto está la atracción. Conocerse es saber los puntos débiles del otro y quererse es no usarlos nunca a tu favor, en su contra. Es emborracharse juntos, bailar en cualquier bar donde todos están sentados, tener una canción y un sitio donde pasar los ratos muertos, una mueca preferida, detectar su colonia en personas desconocidas, regalar, llamar antes de acostarse para desear las buenas noches…

Conocerse es olvidarse de estos amores en línea a los que nos hemos acostumbrado, pasar de las últimas conexiones y de frases de canciones en el estado que lo dicen todo de forma cobarde.

Hay que atreverse a mirarse fijamente y conocerse.




Alejandra Elorza

lunes, 23 de junio de 2014

Mi acento en tu adiós

Y ahora, ¿eres feliz? ¿Descansas tranquilo? Yo sí, pero ¿y tú? Me ha contado un pajarito que el otro día mi nombre se coló en tu conversación y que tú, antes de hacerte el chulito delante de tus amigos, bajaste la cabeza y sonreíste. Deberías tener cuidado la próxima vez, pues los gestos dicen mucho más que las palabras.

Siempre te fue muy fácil soltarte de mí, colgar el teléfono por las noches y despedirte cuando nos esperaba un largo verano por delante. Te fue sencillo, parece, decir el adiós definitivo y buscar apoyo en los brazos de otra. Sin embargo, ahora sé que cuando te preguntan por mí sientes el invierno mientras que yo, después de un tiempo, siento paz al escuchar tu nombre y río de verdad. Que no quiero a mi lado alguien que me diga que no quiere bailar porque no sabe y es que quizás lo que no sabías es que el amor consiste en hacer el ridículo, en perder la cabeza y los papeles. Busco a alguien capaz de enfrentarse a las dificultades, que me mire a los ojos y sea sincero. Que las cosas cambian, y nosotros también lo hicimos. Yo probé no sólo un plan B, sino que agoté las 25 letras restantes del abecedario para buscar un punto de concordia con el que sacar adelante lo que era nuestro. ¿Y tú? ¿Lo hiciste? Quizás eso te pese más de lo que te crees. Ahora, después de escribir y borrar cientos de mensajes que nunca te llegaron, de imaginar un buen pasado y de encontrar el amor en cada esquina cada fin de semana, te he olvidado. Tú pusiste el adiós, pero yo he puesto el acento a esta palabra tan lapidaria. De repente un día me di cuenta de que ya no tomaba el camino largo para no pasar por delante de tu portal porque ya no tenía miedo de encontrarte y saber cómo te va la vida de primera mano. De repente, ese día, fue el más satisfactorio de todos los que he vivido gracias a ti y, curiosamente, ya no estabas conmigo.

Me ha contado un pajarito que ya no eres el mismo, que hay algo que ha cambiado en ti. Dice un pajarito, puede que el mismo, que yo tengo otro color, que desprendo energía positiva y que río más que nunca.

Olvidar pasa por sufrir, por romper y pasar madrugadas en vela. Olvidar es enfrentarse, asimilar, estancarse y tocar fondo para coger impulso. Olvidar es ser valiente y tú nunca destacaste por eso.


Para una amiga que vive un poco más arriba, pero apenas noto su ausencia. Para ella, la morena de ojos, pelo y piel que levanta pasiones. Para ella, que me dijo que me echaba de menos en las tres “w”.