viernes, 26 de septiembre de 2014

Ocre


Y al final llegaste. No sé si tú me encontraste a mí o yo a ti, pero la cuestión es que aquí estamos otra vez y de nuevo nos has pillado desprevenidos. Siempre me cuesta despedirme de tu predecesor el estío. La marcha de sus despreocupaciones, sus despertares naturales, su mar y su arena fina y su, en definitiva, libertad, siempre deja ese sabor amargo y esas ganas de más. Y es que el verano siempre se ha llevado todas las menciones de honor siendo la estación preferida de mayores y pequeños. 

Sin embargo, la capital está mucho más bonita cuando llegas tú. Cuando irrumpes en nuestras vidas y tiñes Madrid con esos tonos naranjas, amarillos y rojos tan tuyos. Se sigue respirando calidez en el ambiente, y los bulevares todavía están abarrotados de almas con ganas de sentirse vivas y jóvenes hasta altas horas de la madrugada. Y es que es tan bonito intuir las aceras de las calles pequeñas y poco transitadas que se abrigan con un manto de hojas secas que crujen a nuestro paso. Y el Retiro con sus arboledas en las que si te tumbas en el césped y miras hacia arriba parece no existir el cielo. Y tus atardeceres en el templo de Debod te confieso al oído que no le tienen nada que envidiar a uno en la playa.


Pero cómo no vas a ser extraordinario si cuando apareces tú el sol alcanza su cenit y con él lo logramos también nosotros. Eres tiempo de reencuentro con mi gente, esos que comparten mis días. Eres tiempo de esperanza, de autoevaluación y de nuevas metas. Pues no nos engañemos, eres esa nochevieja adelantada en la que fijamos nuestros objetivos. El 31 de diciembre es una repesca para aquello no conseguido. Eres vientos de renovación. Se caen las hojas y el pelo, y con él las malas vibraciones. Eres botas, lana y cazadoras de cuero. Eres transición, vitalidad y energía. Eres inspiración y fotografía. Eres, otoño, el momento perfecto para conocer a alguien y perder la cabeza. Porque tendremos las manos frías pero el corazón caliente... Y eso es lo que realmente importa a la hora de enamorarse.


Alejandra Elorza


jueves, 26 de junio de 2014

Amor en línea

Ayer, yendo de enlace en enlace, llegué a un artículo que The Wall Street Journal publicó hace más de un año. El titular me llamó la atención gratamente, Just Look Me In The Eye Already" (Mírame a los ojos de una vez), pero al acceder al contenido comprendí que nos estamos volviendo locos. “Los jóvenes británicos pasan más tiempo al día utilizando el móvil que con sus parejas (119 minutos frente a 97 minutos, respectivamente)”. Esto, sin duda alguna, me sorprendió y no por los 22 minutos que el móvil gana, sino por los 119 de compañía que se pierde. Pero al seguir leyendo, comprobé que esto no es todo. Otro estudio concluyó que un adulto, en una conversación normal, establece contacto visual entre el 30 y el 60% del tiempo, pero la conexión emocional surge cuando hay contacto visual durante el 60-70% del encuentro. Es decir, cuanto menos se mira a los ojos, menos se conecta con el que tenemos en frente.


Nuestras relaciones están perdiendo la parte humana. Se conoce a alguien y se intercambian los números, pero ya nadie espera que le llamen para tomar una cerveza en un bar cualquiera. Ahora se aguarda junto al teléfono móvil esperando a que llegue un whatsapp de ese chico o de esa chica y, cuando llega, no se contesta inmediatamente, sino que se vuelve a esperar no vaya a ser que se piense que estamos desesperados esperando ese “hola, ¿qué tal? Soy “x”, nos conocimos el viernes por la noche. No sé si te acordarás de mí”. Pues sí, claro que se acuerda de ti. Hacemos un pantallazo y lo enviamos al grupo de amigas o de amigos. Como si el que no lo viesen los demás no lo hiciese cierto. Y respondemos, con el tiempo estudiado para que no parezcamos ni ansiosos ni pasotas. ¿Dónde quedó la sinceridad y la espontaneidad? Puede que a partir de ahí os paséis el día hablando por Whatsapp, revisando Facebook, Instagram, Twitter y cualquier otra red social que os pueda decir algo más sobre esa persona. Puede, incluso, que coincidáis en algún lugar y en vez de acercaros sigáis hablando por el móvil. Habrá que esperar a una noche cualquiera en la que uno de los dos lleve unas copas de más para que escriba al otro y le proponga verse un día. Seguramente, el otro lo lea por la mañana y se sorprenda con la hora en la que recibió el mensaje, pero estará contento porque en mitad de la noche y rodeado o rodeada de amigas, pensó en ti.
¿Pero es esto realmente lo que buscamos? Hay que atreverse. Hay que acercarse a quien nos llama la atención, presentarse y conocerse. Pero conocerse es apagar el móvil, quedar a tomar una cerveza y acabar a altas horas de la madrugada en un coche hablando. Conocer al que tenemos al lado o en frente es mirarle a los ojos y entender su mirada. Nos sorprenderíamos lo que mantener la mirada durante un minuto puede hacer y es que el contacto visual es la forma de comunicación no verbal más intensa que tenemos. Conocerse es rozarse por casualidad y que esto te estremezca. Es descubrir el olor del otro, analizar las palabras y reír y hacer reír. Es saber si se levanta de buen o de mal humor, si prefiere el helado de chocolate o de fresa, si le gusta el día o la noche, si escribe o lee, qué música escucha y a dónde le gustaría viajar. Conocerse es conocer su pasado, asimilarlo y vivir el presente. Pasa por discutir, por buscar un punto de coherencia en aquello que os separa y darse cuenta de que en ese punto está la atracción. Conocerse es saber los puntos débiles del otro y quererse es no usarlos nunca a tu favor, en su contra. Es emborracharse juntos, bailar en cualquier bar donde todos están sentados, tener una canción y un sitio donde pasar los ratos muertos, una mueca preferida, detectar su colonia en personas desconocidas, regalar, llamar antes de acostarse para desear las buenas noches…

Conocerse es olvidarse de estos amores en línea a los que nos hemos acostumbrado, pasar de las últimas conexiones y de frases de canciones en el estado que lo dicen todo de forma cobarde.

Hay que atreverse a mirarse fijamente y conocerse.




Alejandra Elorza

lunes, 23 de junio de 2014

Mi acento en tu adiós

Y ahora, ¿eres feliz? ¿Descansas tranquilo? Yo sí, pero ¿y tú? Me ha contado un pajarito que el otro día mi nombre se coló en tu conversación y que tú, antes de hacerte el chulito delante de tus amigos, bajaste la cabeza y sonreíste. Deberías tener cuidado la próxima vez, pues los gestos dicen mucho más que las palabras.

Siempre te fue muy fácil soltarte de mí, colgar el teléfono por las noches y despedirte cuando nos esperaba un largo verano por delante. Te fue sencillo, parece, decir el adiós definitivo y buscar apoyo en los brazos de otra. Sin embargo, ahora sé que cuando te preguntan por mí sientes el invierno mientras que yo, después de un tiempo, siento paz al escuchar tu nombre y río de verdad. Que no quiero a mi lado alguien que me diga que no quiere bailar porque no sabe y es que quizás lo que no sabías es que el amor consiste en hacer el ridículo, en perder la cabeza y los papeles. Busco a alguien capaz de enfrentarse a las dificultades, que me mire a los ojos y sea sincero. Que las cosas cambian, y nosotros también lo hicimos. Yo probé no sólo un plan B, sino que agoté las 25 letras restantes del abecedario para buscar un punto de concordia con el que sacar adelante lo que era nuestro. ¿Y tú? ¿Lo hiciste? Quizás eso te pese más de lo que te crees. Ahora, después de escribir y borrar cientos de mensajes que nunca te llegaron, de imaginar un buen pasado y de encontrar el amor en cada esquina cada fin de semana, te he olvidado. Tú pusiste el adiós, pero yo he puesto el acento a esta palabra tan lapidaria. De repente un día me di cuenta de que ya no tomaba el camino largo para no pasar por delante de tu portal porque ya no tenía miedo de encontrarte y saber cómo te va la vida de primera mano. De repente, ese día, fue el más satisfactorio de todos los que he vivido gracias a ti y, curiosamente, ya no estabas conmigo.

Me ha contado un pajarito que ya no eres el mismo, que hay algo que ha cambiado en ti. Dice un pajarito, puede que el mismo, que yo tengo otro color, que desprendo energía positiva y que río más que nunca.

Olvidar pasa por sufrir, por romper y pasar madrugadas en vela. Olvidar es enfrentarse, asimilar, estancarse y tocar fondo para coger impulso. Olvidar es ser valiente y tú nunca destacaste por eso.


Para una amiga que vive un poco más arriba, pero apenas noto su ausencia. Para ella, la morena de ojos, pelo y piel que levanta pasiones. Para ella, que me dijo que me echaba de menos en las tres “w”.

viernes, 21 de marzo de 2014

Declaración de guerra

Se trata de una declaración formal e irrefutable. Corren tiempos difíciles y las demasiadas demostraciones de poder de las que estamos siendo testigos están pisando los talones a la guerra, guerra que cada vez está más latente en todos los rincones del mundo. Y ante esta peligrosa situación sólo me queda poner el grito en el cielo y declararte la guerra. Arden las calles de la misma manera en la que arden nuestros corazones desde el momento en que decidiste prender fuego a nuestra historia, a todos nuestros recuerdos, a todo aquello que nos mantenía unidos. Este es mi último cartucho para obligarte a luchar y te aseguro que pondré en él las pocas fuerzas que hoy me quedan. Gasté prácticamente todas mis energías en un duelo cuerpo a cuerpo en el que tú peleabas por avivar el fuego y yo batallaba como extintor con el fin de salvar lo poco que nos quedaba, lo insignificante que nos mantenía juntos. A veces la guerra con alguien a quien amas es mejor que la nada, que el vacío entre dos personas que lo fueron todo y ahora son cenizas. Eres ya esa chispa ardiente, ese resquicio de esperanza en la chimenea que con la fuerza adecuada puede iniciar un nuevo fuego. Espero ser fuente de descarga y ese insólito soplo de aire fresco que finalmente te reencienda y que nos lleve a hacer el amor de una vez por todas. Porque ya estoy cansada de hacer la guerra y no me quedan fuerzas ni para firmar un tratado de paz. Y quizás si lees entre líneas te des cuenta de que estas palabras son una declaración formal e irrefutable de amor.


Alejandra Elorza Múgica


sábado, 1 de febrero de 2014

Y bailar bajo la lluvia


Aquel invierno, más frío que ninguno, caló tan hondo en nosotros que acabó por helar nuestros corazones. La conversación, que no conoció otro formato que la voz quebrada, estuvo llena de conjunciones adversativas. Incontables "peros" y "sin embargos" contraponían las más tiernas y bonitas frases de amor con las excusas más tristes y desgraciadamente reales. Y tras varias palabras que denotaban despedida, un dulce beso en la mejilla que duró más de lo políticamente correcto y dos rostros cabizbajos tratando de esconder las lágrimas, comprendí que la vida no siempre sigue, que existen momentos que inmovilizan. Ese instante a mi me paralizó y me refugié durante más tiempo del que me gusta reconocer en ese rincón donde el adiós, sin ser pronunciado por ninguna de nuestras bocas, se precipitó como lluvia de marzo. 

Elegí empezar a vivir tras los muros más difíciles de traspasar: yo misma. Escogí la pasividad frente a la actividad y alejarme de todo aquello de lo que hasta ese momento formaba parte. Pensaba que si no hacía frente al futuro el pasado no me alcanzaría. Estuve en algo así como en mis aguas internacionales del sentir: el corazón se quedó sin jurisdicción y la cabeza tomó la dirección. De poco me sirvió. 

Por primera vez mi intelecto daba la razón al corazón y empece a familiarizarme con cielos grises, ojos rojos y noches en vela. Preguntas como ¿la sonrisa que vistes en fotografías es sincera?, ¿para ti la vida sigue o también te quedaste estancado en ese rincón?, ¿encuentras algo o alguien que llene el vacío que he dejado?, ¿sonríes o lloras al recordarme? o simplemente, ¿me recuerdas? fueron llenando mi vida. Entonces toqué fondo, cogí impulso y decidí que no me iba a ahogar con esas malditas precipitaciones de marzo. 

Y el reencuentro llegó. Me temblaban las piernas, comenzó en mí una lucha interior entre mi sonrisa y mis lágrimas y todo lo que tenía preparado para decirle se desvaneció. Hubo silencios, pero no eran incómodos. Y por fin se atrevió, me cogió la mano y me dijo: "tengo tanto que contarte que no sé ni por donde empezar...", y yo, involuntariamente, enlacé mis dedos a los suyos y respondí que llevaba demasiado tiempo viviendo bajo la lluvia equivocada. Me besó, sonrió y mirándome a los ojos me dijo que lo equivocado no era la lluvia, sino haber abandonado a quien hace posible que quieras empaparte mientras bailas, besas, ríes, abrazas y saltas en los charcos.

Aquella tarde casi noche en la que por supuesto llovía, salimos del coche y decidimos ir andando a tomar una cerveza, decidí quererle para siempre. Y desde ese día vivo empapada de él. De sus sonrisas, de su buen humor, de sus cosquillas, de sus interminables horas de sueño, de sus besos con sabor a chocolate con leche Nestle y de sus suspiros.

Hay instantes que paralizan y hay momentos que impulsan. O a lo mejor no. Quizás, y sólo quizás, lo que hay que hacer es aprender a bailar bajo la lluvia que caiga. Dejar el paraguas en casa y empaparse.

                                                Alejandra Elorza



lunes, 27 de enero de 2014

I believe in you

Creo en todo aquello que se cocina a fuego lento porque las cosas buenas, las que realmente merecen la pena, necesitan tiempo. 

Creo en tus manos rodeando mi cintura pidiendo guerra, en los besos robados, en hacer esfuerzos y en mirarte sin que te des cuenta. 

Creo en tu sonrisa a media luz, en compartir el aire estando tu boca a menos de un centímetro de la mía, en las cosquillas que hacen que mi cuerpo entero se estremezca y en perdonar. 

Creo en los susurros, en los riesgos, en la pasión, en cocinar en pareja y en las mentiras piadosas para hacerte la mar de feliz. 

Creo en bajar las persianas, encender velas y fingir que es de noche. 

Creo en reír hasta que la tripa duele, en las mañanas de resaca, en los errores, en las fotos espontáneas, en los encuentros fortuitos, en mi corazón dando un vuelco y en las imperfecciones de tu cuerpo. 

Creo en las escapadas románticas, en apagar el móvil cuando estoy contigo, en las prisas, en los pequeños detalles y en las personas que se sorprenden con ellos. 

Creo en el amor a primera vista, sonrisa, roce o lo que surja. 

Creo en conquistar a quienes tenemos al lado cada día, en los desayunos que te traen a la cama y en el olor del café y de las tostadas recién hechas inundando la habitación. 

Creo en comerte a besos nada más verte, en los celos incontrolados y en el sol de invierno. 

Creo en los mensajes de amor en el espejo mientras me ducho, en el romanticismo, en los poemas y en los diarios.

Creo en el milagro que es que existas
                                                   Alejandra Elorza

viernes, 3 de enero de 2014

2014



Sanear mi vida con besos, abrazos y muchas risas. Bailar subida a unos tacones hasta que los pies aguanten. Ilusionarme con todo y por nada. Ir al día. Regalar sin motivo. Apostar por lo improbable. No fruncir el ceño. Comprar una planta y conseguir que viva. Leer buenos libros. Ahorrar. Dar esquinazo a la pereza. Comerte a besos. Ponerme guapa porque sí. Seguir mi instinto. Ir al gimnasio. No cerrar puertas. Moverme. Guiñar el ojo a un desconocido. Endulzar mi mal humor. Bañarme desnuda en el mar. Alargar el verano. Ir a un concierto y quedarme sin voz. Aprender. Sentirme bien. Comer algodón de azúcar. Viajar. Darme algún capricho. Hacer más planes con mis amigas. Equivocarme. Cuidar de los míos. Saltar. Escribir mucho. Compartir. Dar sorpresas. Contar hasta diez antes de disparar. Hacer sonreír. Emborracharme más de la cuenta. Demostrarte cuánto te quiero. Arriesgar. Cantar en la ducha. Hacer lo que me venga en gana, lo que me pida el cuerpo. Imaginar y hacer realidad. Soñar. No permitir que la lista de “películas pendientes” siga creciendo. Enseñar. Hacer que las cosas sucedan. Esquivar la negatividad. Descubrir. Transformar los lunes en viernes. Creer en el mañana. Ver el lado bueno de las cosas.

En definitiva, que este año nuevo sea para VIVIR. Que ya llegará el 2015 para descansar.


Alejandra Elorza