Te
escribía para contarte que al final regresé. A ti. Que si lo he hecho es porque
contigo no me salen las cuentas. Me faltan principios y me sobran finales. Porque
los cojines de mi cama se preguntan dónde estás y yo ya no tengo excusas con
las que responderles. O responderme. Porque te espero cuando decides irte, de
la misma forma en la que aguardas cuando decido desaparecer. Y de veras que no
sé cuántas veces más vamos a jugar a este escondite; ni si la próxima vez que
decidamos hacerlo nos encontraremos. Ni siquiera sé por qué me seguía
escondiendo de ti cuando lo único que quería es que me encontraras y me
llevaras a cenar a ese restaurante italiano tan nuestro. Me preocupaba que ya
no supieses dónde buscarme, o que inconscientemente esta vez me hubiese
escondido mejor que nunca. Pero no te preocupes, al final mi guarida no era tan
buena y sumamos otro principio y restamos un final. Te escribía para contarte
que hacía mucho que no escribía. Y ya sabes que no funciono muy bien como ser
humano si no soy capaz de encadenar una palabra con la otra.
Tenemos
amaneceres pendientes. Por eso también vuelvo a aparecer junto a ti en las
fotografías. En blanco y negro a ser posible. Tenemos varias botellas de
alcohol del duro esperándonos en mi habitación. A punto estuve de bebérmelas yo
sola y a mi salud alguna que otra madrugada. Cuando pasas mucho tiempo
escondido, a punto estás de perder la cabeza, pues no mantienes a los demás
fuera sino a ti dentro. Te escribía porque he encontrado durante este tiempo
canciones buenísimas que estoy deseando compartir contigo; y me han pasado una
receta buenísima de lasaña que no veo el momento de cocinar para ti. No es
ningún secreto que te encanto cuando me pongo el delantal y me quito los
pantalones. También he descubierto un pequeño bar en Malasaña con tanto encanto
que en cuanto entré, me di cuenta de que ya nunca más querría salir de allí.
Hay poesía en cada uno de sus rincones, un submundo dentro del caos que es
nuestra ciudad, uno de esos sitios donde beber sin sed es el único requisito
para poder entrar y tomar asiento. Es un lugar que atrapa como lo hacen tus
brazos. Una vez te rodean ya no sabes cómo escapar, aunque tampoco es algo que
realmente me preocupe, pues siendo honesto me quedaría a vivir en ellos.
Te
escribía, amor, para contarte que desde que decidiste por fin soltar tus frenos
y pisar fuerte mi acelerador los días tienen otro color. Y nada tiene que ver
con las estaciones, con que el otoño esté totalmente instalado y tiña Madrid de
naranjas, amarillos y rojos; con que las aceras de las calles pequeñas y poco
transitadas sean un manto ocre de hojas secas que crujen a nuestro paso. Adoro
ese sonido. Nada tienen que ver los colores cálidos que marcan la triste
despedida del estío con que tenga el corazón caliente, pero las manos frías. No
es nuevo para ti volver a enamorarme en esta estación. Tú y yo ya nos hemos
herido antes. Pero en eso consiste el amor.
Y
ahora que hemos aprendido a querernos como es debido, se prevén tiempos de sumas
y multiplicaciones en lo que al amor se refiere. Quizás y solo quizás, así me
empiecen a salir las cuentas.
Firmado, Alejandra Elorza
"...Te escribía para contarte que hacía mucho que no escribía y ya sabes que no funciono muy bien como ser humano si no soy capaz de encadenar una palabra con la otra ...".
ResponderEliminarPues no dejes de hacerlo, es un placer leerte.
"Cuando pasas mucho tiempo escondido, a punto estás de perder la cabeza, pues no mantienes a los demás fuera sino a ti dentro." Me identifico mucho con esa frase. Llevo unas dos semanas escondida físicamente y a saber el tiempo que llevo haciéndolo por dentro.
ResponderEliminarEl último párrafo me lo guardo también. Es posible que hayas resuelto la ecuación del amor. A ver qué tal se da en la práctica.
Me gusta mucho cómo escribes. Ojalá no sufras de extreñimiento literario, aunque a veces ocurre.
Disfruta de la vida y sigue emocionando!
No sabía que escribías tan bién, ha sido un placer leerte!
ResponderEliminarBss
Mª Jesús Menéndez